El pueblo Karajá. Procesos de bocetaje
Ilustración final
El
árbol del sueño
Un cazador llamado Uaicá
caminaba un día por el bosque, cuando, de pronto, se topó con una gran multitud
de animales que dormían bajo un gran árbol. Se acercó a ver lo que sucedía y,
en cuanto se detuvo bajo la sombra que daban aquellas grandes ramas, comenzó a
sentirse aturdido. Dando tumbos cayó entre los animales y se quedó
profundamente dormido.
Soñó con extraños animales y
con gente a la que no conocía. También soñó con su propia tribu; la tribu
jurana, y en su sueño hablo con uno de sus ancestros, Sinaá, quien revelo
muchos secretos.
Al ponerse el sol se despertó,
y regreso apresuradamente a su casa; pero al día siguiente regreso, fascinado
por aquel mundo desconocido que había vislumbrado. Volvió a quedarse dormido y
volvió a penetrar en el mundo de sus antepasados. Durante varios días Uaicá no
hizo otra cosa que dormir bajo el árbol; ni siquiera comía, desde la salida del
sol hasta su puesta. Los sueños que tenía eran tan reales que no podía pensar
en otra cosa. Al fin, Sinaá, su antepasado, le dijo:
--Esta debe ser tu última
visita al árbol, Uaicá. Si vuelves otra vez, correrás un grave peligro. Has
visto cosas más que suficientes de mi mundo.
Cuando despertó, Uaicá se quedó
mirando el árbol con mucha tristeza, sabiendo que no lo volvería a ver jamás.
Sin embargo arranco, antes de irse, unos trozos de corteza de árbol y, de
camino a casa, bajo hasta el rio y mezclo la corteza con agua para hacer una
extraña y amarga bebida. Los efectos de aquella bebida se dejaron sentir muy
pronto, y comenzó a hacer cosas dignas de poseso, pues dio en bailar y pegar
grandes saltos, hasta que al fin cayo en el rio. Entonces empezó a coger peces
con sus manos desnudas. Al final, desaparecidos los efectos de la intoxicación,
Uaicá regreso a su aldea, apretando entre sus brazos los peces que pescara, y
sintiéndose extrañamente regocijado.
Uaicá no volvió al lugar del
bosque en donde encontrara el árbol, pero siguió haciendo infusiones de la
corteza; y cuando hubo acabado la provisión que de ella hiciera poseía muchos
de los mágicos poderes del árbol. Un día en el que el hechicero de la tribu no
fue capaz de sanar a un niño enfermo, sus padres se lo llevaron a Uaicá, y éste
pudo curarlo.
La gente acudía a él cada vez
con mayor frecuencia para que los curase de sus males, y él curaba a todos
aquellos que tocaba. Sus poderes parecían aumentar, y pronto volvió a soñar y
hablo con Sinaá, que le contó cómo era el espíritu del mundo. Su fama se
extendió por el bosque entero.
Todo le fue bien a Uaicá,
hasta que tomó por esposa a una mujer pendenciera. Para ella nada estaba bien
hecho, y un día, luego de una discusión particularmente violenta, la madre de
Uaicá tomo un palo y echó a golpes a la mujer de la aldea. Semejante trato
molestó mucho a sus familiares, que decidieron vengarse matando a Uaicá.
Esperaron a que Uaicá volviera a casa con su pesca, como todas las noches, y en
cuanto se sentó a comer, su cuñado se le acerco por la espalda con un garrote
para golpearle en la cabeza. ¡Pero no es tan fácil engañar a un brujo! Uaicá
podía ver cuando le rodeaba, sin mirar, y cuando el garrote iba a estrellarse
contra él, se hizo a un lado y desapareció. Para su asombro, los parientes de
su mujer se vieron, de súbito, en un trozo de tierra desnuda: Uaicá se había
llevado la casa, el sembrado y todas sus pertenecías, sin dejar rastro de todo
ello.
Los aldeanos buscaron a Uaicá
durante días, y al fin su cuñado lo encontró, algunas millas más lejos, haciendo
un nuevo claro en el bosque. Uaicá se comportó como si nada anormal hubiera
sucedido, y accedió a regresar a la aldea. Durante un tiempo todo fue bien,
pero el malvado cuñado trato de matarlo otra vez por la espalda, cuando Uaicá
se encontraba sentado sobre una roca cenando. De nuevo se percató Uaicá de lo
que sucedía, sin necesidad de echar un vistazo a cuanto le rodeaba. Esta vez
pronuncio unas palabras antes de desaparecer:
--Nunca más volveré a la
aldea. Y tu jamás llegaras a conocer las cosas que he aprendido de nuestro
antepasado Sinaá. Has perdido el derecho a conocer los secretos del otro mundo…
Y con esto desapareció dentro
de la roca sobre la que estaba sentado y nunca más se le volvió a ver. Cuentan
que Uaicá vive aun dentro de la roca, soñando y hablando con Sinaá, año tras
año. Si alguien toca la roca, muere. Un día, un hombre de la tribu jurana, se
acercó a la roca y vio la mano de Uaicá, que se agitaba llamándolo para
llevárselo consigo al mundo de los espíritus. Pero aunque el hombre busco la
puerta, no pudo encontrar ninguna, y se marchó temblando de miedo.